miércoles, 1 de junio de 2011

INDICES DE CALIDAD DE VIDA

La medición y valoración de la calidad de vida está regida, en gran medida, por apreciaciones subjetivas e ideológicas correspondientes al particular contexto donde se desenvuelven las colectividades. Así, pues, para medir un determinado tipo de calidad de vida es necesario contar con otros referentes que nos sirvan de contraste. Es preciso diferenciar los diversos modos de vida, aspiraciones e ideales, éticas e idiosincrasias de los conjuntos sociales, para distinguir los diferentes eslabones y magnitudes, pudiendo así dimensionar mejor las respectivas variaciones entre unos y otros sectores de la población. Explicado de otra manera, es presuntuoso aspirar a unificar un único criterio de calidad de vida. Los valores, apetencias e idearios varían notoriamente en el tiempo y al interior de las esferas y estratos que conforman las estructuras sociales.
 La calidad de vida (el bienestar) es un construido histórico y cultural de valores sujeto a las variables de tiempo, espacio e imaginarios, con los singulares grados y alcances de desarrollo de cada época y sociedad.
“Podría sostenerse que el concepto calidad de vida es subjetivo y que a través de todo el mundo la calidad de vida varía en el espacio y en el tiempo. Pero, a nuestro juicio, ese es precisamente el punto central: según la situación, el conjunto de las variables ambientales más pertinentes puede y debe ser diferente en diversas situaciones. Lo que en un medio ambiente es bueno o malo, dentro de ciertos limites extremos inferiores y superiores, puede cambiar mucho según las distintas situaciones y, salvo en el caso de variables como las que influyen en la salud humana (que es un componente de la calidad de la vida), a menudo resulta muy difícil ordenar la calidad del medio ambiente sobre una base universal.”

A la hora de acercarnos al examen de la calidad de vida es necesario discriminar lo que en economía se denomina Nivel de Vida. Al interior de la brecha social existente en contextos urbanos, cada nivel de vida puede especializares y diferenciarse de modo relativamente sencillo. En un sector marginal de la ciudad las personas canalizaran sus propósitos para contar con un cubrimiento aceptable de servicios públicos, acceso a dotaciones hospitalarias y educativas. Ciertamente, ello brindaría un relativo grado de conformidad, mejorando, por ende, la calidad de vida. Por su lado, las clases pudientes, después de contar con la garantía de satisfacer sus necesidades y demandas básicas, y de gozar de un buen nivel de vida, reproducen nuevos ideales de manera tal que, hipotéticamente, puede tenerse un grado medio de conformidad; otro paralelo puede establecerse a fin de comparar dinámicas y lógicas urbanas y rurales entre sí.


La denominada economía verde sugiere superar el poder adquisitivo líquido como expresión de un bienestar opulento u ostentoso, abriendo así su concepción a todos aquellos bienes no cosificados que no se compran pero que también tienen un valor: el paisaje, el sentido de pertenencia, el aire puro, la ausencia de ruido o contaminación en general. Propone contemplar los componentes, tangibles e intangibles, que estructurarían orgánicamente una aproximación a lo que és el bienestar bien entendido. Dicha apreciación no discrimina distinción alguna entre los vocablos nivel de vida y lo que debería entenderse como calidad de vida, puesto que los afilia como equivalentes entre sí, y, mancomunadamente, los exhibe como ideal de una especie de bienestar sostenible.
En la economía ambiental y de los recursos naturales, de clara tradición anglosajona, la conjunción conceptual entre nivel y calidad de vida (ideal alcanzable) conforman en sumatoria el “estándar de vida”, cuyos principales indicadores serian los ingresos económicos y su destinación en gasto, siempre y cuando se entienda en la lógica racional e instrumental del análisis costo-beneficio, lo cual conduciría a optimizar las inversiones y los flujos de energía pro eficiencia de procesos de diversa índole. “La mejoría y la racionalización de la eficiencia económica y social, por su parte, estaría dirigida hacia un mayor rendimiento de las actividades productivas, en cuanto ello se relaciona con los desafíos y objetivos ambientales. Se buscarían resultados tales como los siguientes: disminuir el empleo superfluo de energía y materia prima en la producción de bienes y servicios necesarios; reducir y desalentar la producción y el consumo de bienes y servicios superfluos y suntuarios; lograr la máxima calidad posible de los bienes y servicios producidos y su proceso de mantenimiento a fin de asegurar su durabilidad, y por tanto el ahorro de materias primas y energía en su frecuente o prematuro remplazo, y reciclar los desechos de la producción, el consumo, el transporte y la comercialización, así como lograr el uso múltiple de los recursos incorporados a fin de abaratar los costos de producción y hacer posible la satisfacción de las necesidades básicas…”.

Mònica Ortiz

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